La Flor Rebelde
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Amor en el Acantilado

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Amor en el Acantilado Empty Amor en el Acantilado

Mensaje por Sagitas Payasa Vie Feb 19, 2010 8:32 am

El viento de la mañana se había convertido en una agradable brisa con el paso de las horas y, cercano el mediodía, acompañaba a Lola en su caminar por las rocas. El mar estaba bravío y la espuma salpicaba las piernas de la muchacha.

Su paso era lento, silencioso. Sus ojos cansinos y llorosos apenas notaban el paisaje agreste del acantilado por el que avanzaba, con el camino grabado ya en la memoria después de tantos meses de hacerlo día a día.

-- Hola, Salva… Buenos días…

Su voz apenas se oyó con el estrépito de las olas al golpear las rocas. Lola sacó de su bolsa una toalla rojiza que aún conservaba arena del día anterior. Lo extendió con delicadeza y buscó la aprobación del muchacho, innecesaria sin embargo. Siempre escogía el mismo sitio, una playa reducida de excasos metros entre las rocas de un anterior desprendimiento. Era un lugar solitario y de difícil acceso, el lugar perfecto para sus citas.

-- Hoy la marea está más alta, ¿verdad Salva?

Ella era metódica. Con cuidado extremo sacó el termo de café, calentito, de la cesta que traía cada día desde que hacía cuatro meses habían tomado el hábito de verse a escondidas. Puso dos tazas, de porcelana, a su lado. La experiencia de los primeros encuentros le había enseñado que no podía traer vajilla liviana. Aún recordaba las risas de Salva al verla corretear en busca de los vasos de plásticos con los que el viento jugueteaba. Ese día compartieron la taza azul que servía de tapa al termo e improvisaron platos con sus manos, bajo una manta de cuadros con la que intentaban taparse del frío de una tarde de noviembre.

Lola recordaba aquellos días locos en que corrían por las rocas, persiguiéndose, atrevidos, inconscientes del peligro que podría originar un desliz. Sonrió, en ese gesto coqueto que tanto enamoraba a Salva, y terminó de sacar unos platos con una tortilla que aún guardaba un poco de calor a través del papel de aluminio. Maliciosa, le sacó una lata de olivas rellenas, de aquellas con sabor a anchoas que sabía que eran su delicia.

-- La compré en el Mercat de Sant Antoni, en la parada que a ti te gusta. Sí, sí, no protestes. Ya sabes que a mí no me importa acercarme.

Se encogió un poco, ruborizada. Le encantaba que se sintiera halagado, quería colmarle de atenciones. No le costaba nada hacer sacrificios por él. Salva era el amor de su vida y se lo merecía todo.

-- Ayer me pasé por la biblioteca. Saqué el de poemas de Neruda.

Buscó en el interior del cesto de mimbre y sacó un libro grueso, con la imagen de un coche y una niña en la portada.

-- Ja, ja, ja… ¡Qué cara has puesto! ¡Si te la pudieras ver…! ¿Cómo te iba a traer “20 poemas de amor y una canción desesperada”? Ya sé que no te gustan los poemas. Te he traído éste de Stephen King, espero que no lo hayas leído.

Sus manos, enfundadas en unos guantes sin dedos, acariciaron el libro, repasando las líneas doradas que enmarcaban el nombre del autor. Ella escuchaba las palabras de su amado, sonriéndole, agradeciéndole que alabara su elección.

-- ¿De verdad te gusta, amor?

Estaba llena de gozo. Salva era un cielo y siempre encontraba apropiado lo que ella hacía, decía, opinaba… Nunca la negaba nada.

Suspiró levemente sin que la sonrisa se le borrara del rostro. Se sentía tan a gusto con él que el separarse cada día le costaba un dolor insorportable, fuerte, intenso. El paso de las horas era un suplicio y la llegada del nuevo día un grito de aliento porque volvería a verle. Lo amaba. Se amaban. Era lo único que importaba.

Lola, aquella Dolores Beltrán que ahora era una desconocida hasta para su propia familia, examinó el cielo borrascoso que cubría el horizonte de aquel paisaje de la Costa Brava. A pesar de ser mediodía la luz del sol había desaparecido por la bruma de una inminente tormenta que asolaría la costa mediterránea de un momento a otro.

-- No. No, Salva, de verdad. No importa, me quedo. Mira, te leo un poquito y después comemos.

Dio un leve vistazo a la forma redonda de la tortilla que descansaba en el papel plateado. No se mojaría si el cielo descargara lluvia.

-- Sí, lo sé, la marea sube deprisa hoy, pero no tengo miedo a mojarme. Ya sabes que nunca llega hasta aquí. ¿Qué dices?

El fragor de las olas contra la pared del acantilado era ensordecedor. Pocas veces lo había visto así. Imponía un poco el ver aquella mole de agua estrellarse contra él, enfadada, y ver cómo éste resistía a sus encantos. A lo lejos, apagado, se veía la sombra del antiguo faro, aún en funcionamiento en las noches. Hubiera agradecido que ahora lanzara sus rayos en torno a la costa. Le hubiera gustado tener más luz; era inusual que se hiciera tan oscuro siendo tan temprano.

-- No, no pienso irme, Salva. Leeré un capítulo y disfrutaremos de la tarde. Sí, Salva, aunque llueva – le refutó con energía.

Lola frunció el ceño, cansada de las peticiones de su amado. No quería abandonar su encuentro. Sólo pensarlo se llenaba de angustia y de desespero. El día siguiente era algo que estaba muy lejos aún. Su cara hizo una mueca que intentó que sonara a sonrisa, aún sabiendo que era terror por alejarse de su lado antes de tiempo.

-- Ponte cómodo -- le interrumpió. – Voy a empezar a leer. Capítulo Uno…

Un crujido infernal sacudió el lugar; las olas atacaban con mucha violencia y el parallón resistía valiente la insistencia del agua. Lola levantó la mirada, asustada. Apenas se distinguía nada a dos metros a su alrededor. Se tapó con la manta de cuadros que siempre le acompañaba, disimulando en ese gesto la desazón que sentía.

-- Hace algo de frío - -musitó. Y agradeció que el muchacho se acercara a ella y la arropara con su abrazo. -- No, no estoy asustada. Era el eco, nada más.

Intentó ver más allá de la playa y unas manchitas blancas de espuma la sorprendieron acercándose a ella. Se encogió un poco, atemorizada. Sentía sus bambas mojadas. El agua estaba alcanzándola, rodeándola.

… Como aquel día…

Se levantó de golpe, intentando no pensar en nada, tirando el termo encima de la toalla. Contempló la mancha que se extendía y desaparecía, absorvida por la arena, ahora tan oscura como el café vertido.

-- Perdona, perdona, cielo… Yo no quería…

Iba a terminar la frase con un simple “.. empujarte” pero su mente divagó en un recuerdo.

Salva y ella trotaban entre las rocas, divertidos, jugando a pillarse, felices de aquel amor imperecedero que les hacía flotar en el acantilado. En aquel momento sólo existía Lola y Salva, unidos, dedicándose todo el tiempo del mundo, viviendo el uno por el otro. Retozaban juntos allá arriba, en el borde del acantilado, nada podía contra su amor.

Y sin embargo…

Las gotas de agua le salpicaban ya la cara, pegada su espalda contra la pared del acantilado, sus pies chapoteando contra un palmo de agua que subía cruel hacia sus tobillos. Sintió el dolor de una roca al clavársela, en su afán por retroceder lo máximo que pudiera.

-- No, no… ¡¡Salva…!!

El agua ascendía, ella no la veía. Sus ojos recordaban, a cámara lenta, cómo el cuerpo de Salva caía al vacío y se precipitaba a las rocas, a aquellas rocas en las que ella estaba ahora leyendo un libro.

-- ¡¡Salvaaaaa...!!

Avanzó, contra la marea que subía, dejándose arrastrar, intentando encontrar el cuerpo que había caído hacía mucho tiempo. El agua la engulló.

Sólo un libro flotó durante un tiempo, sus páginas emborronándose, y poco a poco se hundió por su propio peso.
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Mensaje por Aryan Sáb Jun 05, 2010 9:40 pm

Wow.... Jejejeje, me has hecho pensar en un cuentista conocido y que me gusta muuuchooo...

Es hermoso Sagis como todo lo que escribís!
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Mensaje por Sagitas Payasa Mar Jun 15, 2010 3:45 pm

holaaa, no me esperaba que entrara nadie ya en este foro....

Gracias Aryan por aún permanecer por aquí.
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