Amor en la "Ojo Loco"

Llegué corriendo sin mirar hacia ningún lado, no tenía ganas de enfrentarme a conversar de lo ocurrido. ¿Qué mejor lugar para ocultarme de toda la gente que en la Potter Blue? Sabía que allí obtendría paz y tranquilidad, un lugar en dónde poder estar sola y llorar a mis anchas.

Entré sin hacer caso al elfo que gritaba que no podía entrar sin identificarme, no quería hablarle, seguí corriendo hasta el lugar más tranquilo del hogar, el patio con la piscina, y me dejé caer en la hierba, dejando que las lagrimas resbalaran por mi rostro para morir en el frío y refrescante césped.


No me había dado cuenta de que no estaba sola hasta que pude escuchar el agua de la piscina que se movía salpicando fuertemente.

--Per... per... perdona--


Llegué a responder entrecortadamente debido al hipo y a las lagrimas que aún brotaban por mi rostro, no quería molestar a nadie, y no había llegado a pensar que pudiera haber alguien dentro de la piscina.

Estaba enfadada por lo ocurrido. Sabía que no era culpa de Severus, ni de Eledhwen, e incluso el elfo había sido estrictamente guardián de la casa. Pero aún así no podía dejar de estar molesta.

Chapoteé con furia en el agua, intentando que todo aquel barro desapareciera, cuando sentí gemidos.

-- ¿Quién anda?

Como alguien me respondiera con un chiste se iba a enterar.

Pero para mi sorpresa la voz llorosa de mi amiga me sorprendió.

-- ¿Nely? ¿Qué te pasa?

Salí chorreando y me acerqué a ella, tendida en la hierba.

-- Ehh, Nely, ¿por qué lloras?

El agua tomó de nuevo su calma cuando Sagitas salió de la piscina, era ella quién estaba salpicando mientras se bañaba y con mis llantos entrecorté su actividad, se acercó hasta mí para preguntarme por la razón de mis lloros.


--Sabugo y yo...-- Comencé a llora aún más fuerte, el hipo me iba a dejar sin aliento, logré recomponerme y tras una respiración honda logré a seguir --Lo nuestro se ha acabado--


Se acercaba hasta mí toda mojada, me percaté de que sus ropas estaban empapadas, pegadas a su cuerpo dejando ver una perfecta silueta de mujer con unas curvas bien contoneadas.


--Estás empapada Sagitas-- Logré sonreír mientras secaba las lagrimas con la manga de mi chaqueta.--Deberías de cambiarte y ponerte ropa seca si no quieres resfriarte--

No podía dejar de mirarla, nunca me había parado en observarla detalladamente, viendo en ese momento sus labios carnosos.

No me gustaba que mis amigos lloraran, siempre intentaba consolarlos porque realmente sufría de empatía, y si alguno lloraba acababa llorando como ellos.

Pero que fuera Nely me descolocaba. Siempre la recordaba como risueña y dispuesta a ayudar, siempre apoyándome y , sobre todo, soportando el apretón como si fuera mi marido, cuando nació Ithilion.

-- ¿Que Sabugo que...? Lo voy a matar.

Ahora me acerqué a ella sin darme cuenta que goteaba agua por todas partes. Y no fue hasta que ella me hizo notar que estaba empapada que no me di cuenta que tenía frío.

-- Ay, tienes razón... -- tirité. -- Mejor subo a cambiarme y después bajo de nuevo.

Pero no quería que se quedara sola, por mucho frío que tuviera, ya que no era de buena amiga el dejarla allá mientras lloraba. Su mirada se había hecho curiosa, mirándome como si fuera la primera vez que me veía. Me sentí conmovida y un escalofrío me sacudió la espalda, y no precisamente del frío que sentía.

-- Anda, acompáñame arriba y hablamos mientras me pongo otra ropa.

Verla tiritar hizo que una sonrisa instantánea saliera de mí, como si estuviera viendo una actuación en el propio circo en dónde un día la conocí, viendo como conseguía hacer reír a cientos de personas con sus movimientos artísticos y sus bromas.

Su cabello de ese color tan peculiar aún soltaba chorros de agua, cuando me ofrecía subir a su cuarto para que se cambiara. Asentí con la cabeza como quién contesta a algo que tan siquiera prestó atención mientras seguía con la mirada cada gota de agua que caía por su frente, recorriendo su mejilla, pasando por su cuello para más tarde terminar perdiéndose por el llamativo escote del atuendo.

¿Subir a su cuarto? Giré la cabeza rápidamente para volver en mí mientras seguía lentamente sus pasos, no era la primera vez que había ocupado su cuarto, incluso lo había decorado a mi manera para el nacimiento de mi ahijado al que hacía mucho tiempo que no veía pero en esa situación me sentía extraña.

Cada uno de sus pasos se marcaban por su elegante vestimenta mojada, haciendo así una obra de arte de cada movimiento, hipnotizada, seguía el paso sin quitarle ojo de encima.

--¿Está tu pequeño en el dormitorio? ¿O está al cuidado de los elfos?--

Tan siquiera sabía el por qué de esa pregunta, pero algo dentro de mí deseaba que el pequeño no estuviera y poder sentir el aroma de Sagitas yo sola en ese dormitorio.

La mirada de Nely estaba rara, la verdad es que estaba muy afectada con lo de Sabugo, así que mejor le apoyaba en eso.

Esperé que se uniera a mí y la abracé con fuerza, para darle fuerzas.

-- Anda, espabila o te voy a empapar con tanta agua -- le dije, sonriendo, al ver que de mi brazo se escapaban hilillos que empapaban su espalda.

Y le di la mano y corrí hacia la puerta de entrada de la sala para que pudiéramos cambiarnos cuanto antes.

Subimos las escaleras, yo dejando un chaquito por el suelo, y entramos en mi habitación.

-- Brrr, qué frío -- dije, sacándome la chaqueta y dejándola caer en el suelo. -- No, Ithilion está en su cuarto ahora, para dejarme descansar.

Me volví hacia ella, que me miraba muy quieta mientras me quitaba la blusa y me quedaba en sujetador.

-- Venga, mujer, saca alguna ropa del armario, no te cortes, toma lo que quieras, pero cámbiate o serás tú quien te resfríes.

--Ehhh... sí, sí--

Observaba la blusa empapada en el suelo y su espalda cubierta de agua que su cabello aún soltaba, me acerqué hasta el armario para coger una de las blusas para que se cambiara de ropa, tardé en decidirme, para luego coger la primera que alcancé, era de un tono claro, con un gran escote.

La acerqué hasta mi nariz, pude notar que desde antes de ponérsela, su ropa ya estaba marcada con ese olor característico de ella, siempre oliendo a rosas primaverales.

Me acerqué hasta ella con una toalla seca, situándome detrás de ella, secándole el pelo con sumo cuidado. --Tienes la espalda empapada-- Dije con un hilo de voz, mientras la olía a ella una vez más, tan cerca de mí, que olvidé el motivo por el cual llegué hasta su casa, en un suave y lento movimiento, apoyé mis labios sobre su espalda, besando las gotas de agua que brillaban en su torso.

Tiré la toalla al suelo para tocar suavemente su cuerpo, aún semi-desnudo frente a mí, sintiendo un escalofrío por todo mi cuerpo, una sensación nueva, pero para nada desagradable.

La sentí abrir el armario y mover las perchas. Yo aproveché para sacarme aquella falda empapada que abandoné en el suelo. Sabía que en cualquier momento aparecería una de las elfinas y se llevaría toda la ropa a la lavandería y al día siguiente aparecería como nueva en el armario.

-- Ten cuidado con el estante de arriba, Nely, tiene la mala costumbre de fallar cuando te apoyas en él y te tira los paquetes a la cabeza. Y todo porque en vez de sombrereras guardaba allá a mis mascotas, como la cría de acromántula o la ranita.

Me agaché a dejar los zapatos debajo de la cama. Al levantarme sentí sus manos que me acariciaban el pelo y que me secaban con una toalla. Sonreí, cierto, aún no me había secado, pero es que era mi intención darme una ducha calentita para entrar en calor.

-- Gracias, Nely, pero no te preocupes porque...

Me quedé quieta y callada. Unos instantes, sólo unos breves instantes.

-- ehhh -- murmuré, sorprendida.

Cerré los ojos, por unos instantes había pensado que... había notado que... que él... Abrí los ojos y me vi reflejada en el espejo. Una payasa de pelo violeta me contemplaba, en sujetador, con las medias de color creme empapadas, mientras veía el pelo de Nely asomarse por mi espalda.

Sentí que se caía la toalla con la que me había estado secando y suspiré. Ese golpe ligero, ese tenue caer de la ropa en el suelo, arrancó un gemido de mis labios. ¿O eran los besos que Nely me estaba propinando?

Era extraño. Me gustaban.

Me separé en el preciso instante en que ella susurró, no quería asustarla, no quería dañarla, ante todo, era mi amiga y tan si quiera yo sabía la razón por la que estaba sucediendo aquello.

Agaché la mirada mientras miraba mi ropa mojada, yo también debía cambiarme si no quería resfriarme, sentía mis mejillas acaloradas a pesar del frío que hacía, ¿Cómo iba a explicarle mis actos? Estaba nerviosa, a pesar de haber estado con ella tantas veces en ese dormitorio, era la primera de todas en las que un silencio se apoderó de las dos.

Me giré, dándole la oportunidad de que se duchara en la intimidad, yo tan solo estaba mojada por la parte de arriba, por lo cual no era necesario cambiarme entera, aún así, la di la espalda para desnudarme y buscar algo de ropa en su armario.

Algo me aliviaba, tendría durante un día entero una de las prendas que le pertenecían a ella, durante un día entero tendría la sensación de llevarla conmigo, como parte de mí. Sonreí ante tal pensamiento, para acto después agachar la mirada avergonzada. ¿Cómo podría tener esos pensamientos sobre mi amiga?

Eso es lo que era, mi amiga. ¿Me abría volcado tanto en ella como amiga que nunca me había dado cuenta de cómo era realmente?Una mujer hermosa, delicada y a la vez divertida, o por el contrario, ¿Me había atraído siempre, sin saber cómo acercarme a ella?

Fuera lo que fuere, no deseaba que ella me echara de su cuarto, a pesar del silencio que ahí reinaba, no podía negar que deseaba pasar ahí el mejor momento de mi vida, no debía quejarme, su reacción no fue temerosa, tan solo, sorprendente, y no era de extrañar, que tu amiga llegue por detrás y comience a besar tu espalda no es algo que ocurra todos los días.

Ella cesó al instante. Supongo que le asusté con mi temblor que me sacudía. Intenté decirle que sentía frío, que sólo era el frío del agua que aún no me había quitado.

Pero ella se alejó y por inercia me fui a la ducha. Casi troté hacia el agua caliente y dejé que me rociara todo mi cuerpo, exhalando el aire que no me había dado cuenta que estaba reteniendo.

¿Cómo era posible eso?

¿Cómo era posible que Nely...? ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta antes...?

Por mi cabeza pasaron tantos recuerdos, tantas anécdotas, tantas risas, tantas lágrimas compartidas, tanto apoyo, tanto... Incluso cuando nació Ithilion, ella estuvo a mi lado.

Froté mi cuerpo con la esponja, mecánicamente, intentando entender qué era lo que me sucedía. De repente no quería que se fuera, me daba miedo salir y que ella hubiera desaparecido.

El agua, caliente, volvió a golpearme el pelo mientras le sacaba el jabón con el que le había quitado el resto del barro que aún tenía. Con los ojos cerradas escuchaba, atenta, por si sentía el ruido de la puerta, signo de que se iba.

Cerré la ducha.

Dejé que el agua cayera, sin moverme, y después hablé, con voz trémula:

-- Nely, ¿estás ahí? Me dejé la toalla fuera. ¿Me la acercas?

Y me volví hacia la puerta, esperando. Volvía a tiritar.

Sentí miedo.

Escuchaba el suave tintineo de la ducha mientras seguía indecisa por cual blusa ponerme de todas las que Sagitas tenía en su abundante armario.

No me había decidido cuando se escuchó su voz, sonreí, tan loca como siempre, ella había olvidado llevarse la toalla a la ducha.

Abrí una de las puertas del armario para acceder a las toallas y llevarle una, cuando un elfo entró a toda prisa en el dormitorio preguntando por ella.

--Sea quién sea, dile que está ocupada, en cuanto salga de la ducha yo misma la informaré de que tiene visita, ahora, retírate--

El elfo se marchó del dormitorio tan deprisa como había entrado en él, dejándome de nuevo a solas con ella, dudaba si entrar o directamente irme de allí, después de todo, Sagitas pudo haberse ofendido tras mis actos.

--Quizás no deba...--

Susurré mientras escuchaba las ultimas gotas del grifo que goteaban al compás de las agujas del reloj. Al fin, decidí seguir caminando con la toalla, no, no podía dejarla sola sin despedirme, por esa razón, entré en el cuarto de baño, mirando al suelo y extendiendo la toalla hacia la ducha.

--Ten, eres una despistada Sagitas--

Estaba decidida a no mirar, pero en el último segundo levanté la vista, justo a tiempo antes de que ella se cubriera de nuevo, se veía hermosa sin barro en el cabello, con un brillo por todo su cuerpo debido a la ducha que se acababa de dar.


--Te... te esperan en el hall-- Logré decir acalorada,--Tienes visita--

Y por fin entró. Tardó tanto que me figuré que había desaparecido del cuarto y que había perdido la oportunidad de hablar con ella.

Pero entro, por fin entró. Estiró su mano hacia mí, dándome la toalla, mirando al suelo.

Se avergonzaba, seguro, de mí, de...

-- Nely, espera, no te vayas.

Sorprendí su mirada contemplando mi cuerpo y me estremecí. No era frío, lo juro. Era... Era bueno, era algo que creía dormido y que hacía mucho tiempo que no despertaba.

Estaba sorprendida, pero no iba a cuestionarlo. Si ocurría, ocurría, no iba a preguntarme por qué y huir para acallarlo.

-- Nely... Que esperen a que me vista...

Y la tomé de la mano, mirándola, refrenando su huida.

Nuestros ojos se enfrentaron y en el espejo del cuarto de baño se reflejó la imagen de dos mujeres unidas por una mano que parecía una, la primera a media vestir y la segunda envuelta en una toalla mal anudada.

Nos miramos en silencio y nos dijimos mil palabras en esa mirada.

Me tomó de la mano, y el solo roce de nuestros dedos me estremeció por completo, sonreí, ahora sí estaba segura de que ella no me rechazaba, de ser así, no me hubiera agarrado para que no me fuera.

--No deberías de hacer esperar, eres la matriarca--


Me acerqué aún más, viendo nuestros reflejos en aquel espejo de cuerpo entero, podía notar como el bello de mis brazos se erizaba, estaba ahí, no era un sueño, ambas, juntas y no por una simple amistad, era algo que iba más allá.

Giré hasta ponerme frente a ella, temblando más por miedo que por frío; miedo de hacerla sentirse mal, miedo de dañarle lo más mínimo, y con la mano libre le coloqué un mechón de su cabello aún mojado detrás de su oreja, para luego, acercarme poco a poco, en movimientos casi inaudibles hasta su rostro, un rostro que olía a los más bellos jardines primaverales.

Cerré los ojos, no quería ver como ella se apartaba de mí, no quería sufrir con un rechazo, si lo hacía, al menos no vería su miedo en la mirada tan profunda que aquella payasa llevaba siempre alegre.

--Eres hermosa...--


Susurré casi rozando sus labios.

Nunca me había fijado tanto en ella como en esos instantes. Su cabellera pelirroja brillaba, limpia, ante las luces del cuarto de baño y bordeaba un rostro agradable que siempre sonreía, aunque en este instante una arruga en el ceño indicaba que estaba en tensión. La melena caía sobre sus hombros y se movía mientras se acercaba.

Su piel quedó cerca de mí, podía ver que estaba erizada a pesar de que no hacía frío en la habitación. Estaba nerviosa, excitada, y ese sería seguro el motivo por el que sus ojos de color ámbar estuvieran dilatados. Nos miramos y me pregunté qué vería ella en mí.

Yo veía a una mujer hermosa, una persona que hasta ahora no había valorado más que como amiga y con la que ahora estaba a punto de traspasar esa linea hacia algo más íntimo.

No dudé, sin embargo. Bajé mi vista a su cuello, a su escote, al collar sencillo que lo adornaba; bajé más y la contemplé, por primera vez, como la mujer que era. Y sonreí, con gracia, ante la imagen que por primera vez valoraba en un ámbito diferente.

-- Que espere, sea quien sea... --susurré, mientras ella se acercaba más a mí.

Llegó con los ojos cerrados, tal vez en un pudor que me excitó aún más, tal vez con miedo ante lo que nos enfrentábamos en aquel acto. Sentía miedo. Como yo, que temblaba por dentro.

Su voz, angelical, breve, ardiente sin embargo, halagó mis sentidos y boqueé, sorprendida que una frase tan breve provocara esa oleada de calor dentro de mi cuerpo.

-- Eres hermosa.. -- había dicho.

Y la recibí, como el sediento necesita de un sorbo de agua para calmar el deseo. Sus labios aún temblaban por la vibración de su halago cuando la besé, lo más tierna posible, para no asustarla, para no asustarme yo misma por si me gustaba el resultado.

El tiempo parecía detenido en aquel cuarto de baño.

De repente el tiempo se detuvo, abrí los ojos en el preciso instante en el que saboreaba sus labios, carnosos y jugosos, dulces como el mayor dulce jamás probado. Pude encontrar un brillo en sus ojos, ese brillo que me decía que dejábamos atrás la gran amistad, para dar comienzo a una nueva etapa, etapa en la cual procuraría hacer de la payasa, la mujer más feliz de todo Ottery.


Acariciaba su rostro, suave y esponjoso, con tanta dulzura como si estuviera acariciando a un bebé con suma delicadeza. Me detuve en unas pequeñas cicatrices en su mejilla, casi inapreciables por la vista humana a una corta distancia, pero estaba demasiado cerca para percatarme de ellas, aún así, me gustaban, era como tener un secreto de ella a mi alcance.

Separé unos segundos mi rostro para observarla mejor, le sonreí, la toalla se le estaba escurriendo y la agarré antes de que cayera al suelo.

--Gracias...

Mis suaves palabras se apagaron de nuevo cuando volví a besarla, una vez que había pasado el trago, no quería perderla, no, una vez que habíamos pasado el miedo no iba a dejar que eso quedara en un recuerdo, sería el futuro de una vida por delante.

Bajaba la mirada, observando el comienzo de unos hermosos y perfectos marcados senos, tan solo hasta dónde la toalla me permitía ver, y la tapé de nuevo, debía de vestirse, eso estaba bien, demasiado bien, tanto que me parecía estar en un delicado sueño.

Hundí mi mano entre su cabello, aún húmedo pero suave, la rodeé con mis brazos, la sentía mía, absolutamente mía, ningún pasado podría llegar ahora para arrebatarmela, desde ese preciso momento, en ese mismo lugar, ella me pertenecía.

Jadeé cuando por fin pude abandonar sus labios y ella acariciaba mi cara. Noté que sus dedos se paraban y reseguían aquellas tres cicatrices que eran la parte de mi pasado. Recordaba que pocos, muy pocos, sabían la historia oculta de aquella zarpa de un lobo que me había marcado la cara.

Pero ahora mi mente no se llenó, por primera vez, del horror que sentía ante el recuerdo de aquella noche. Por lo contrario, el roce sensual de su mano en mi mejilla hizo avivar en mi interior un deseo que hacía tiempo que no conocía.

Me moví inquieta, intentando que la turbación por lo que crecía dentro no saliera tan bruscamente que ella lo rechazara. La toalla, burda tela que me cubría, se zafó de su sujección y ella, rauda, la sujetó antes de que resbalara del todo.

-- Gracias -- y mi voz sonó suave junto a la de ella, uniéndonos a la vez en una palabra.

Sonreí. La veía con los ojos del deseo. No me cuestioné como había pasado esa línea pero ahora no quería retroceder. Sus manos en mi pelo despertaban mil punzadas en el estómago, mil aleteos nerviosos de mariposas que me dejaban sin fuerzas para resistirme.

-- Ven -- conseguí articular cuando dejé de estremecerme entre sus brazos.

Y la llevé fuera, hacia mi habitación. No pude dejar de soltar una sonrisa. Nunca entendía la magia de la pintura de mis paredes. De colores, los topos formaban imágenes que se movían y hacían cuadros con escenas. Los lunares, cambiantes, ahora se juntaron y formaron corazoncitos que, como burbujas de jabón, se elevaban y explotaban al llegar al techo en interrogantes chiquititos.

Miré de nuevo a Nely, a quien arrastraba a aquel festival de colores, sin abandonar la sonrisa que adornaba mi cara.

-- Lo siento, es la habitación de una payasa.

Y esperé a que comentara algo de la decoración de corazones que seguían ascendiendo y estallando en preguntas. No sabía darle una respuesta, no quería adelantarme.

Agarré sus mejillas con mis manos y allá, en medio de todo aquel colorido preguntón, la besé, con fuerza y deseo, mordisqueando sus labios gruesos y sintiendo que mi toalla de nuevo resbalaba.

Encima nuestro, el cristal del tejado nos dejaba ver un atardecer inminente, dejando las primeras brumas en las siluetas de las montañas que nos rodeaban.

--No lo sientas, es una habitación preciosa--

Podía ver el brillo de sus ojos, lograban que mi corazón latiera a mil por hora, verla así, junto a mí, rozando su cuerpo, mordiéndonos los labios dulcemente, hacía que por segundos lograra quedarme sin respiración, tenía que calmarme y decirme a mí misma que necesitaba de la respiración para poder vivir ese momento con tranquilidad.

--Cuando entré, los corazones no estaban, ¿Estas paredes leen los sentimientos?--

Sonreí acalorada con mi propia pregunta, si verdaderamente era así, acababa de descubrir que el sentimiento era mutuo, y eso me gustaba.

Ver los corazones era precioso, pero ¿Por qué acababan en interrogantes? ¿Acaso era que no estaba segura de lo que estaba sucediendo en ese preciso instante? la miré, no quería estropear ese momento, ella me agarró de nuevo con fuerza, con ímpetu, besando mis labios, mordiéndolos con dulzura y pasión.

La toalla se resbalaba de nuevo, esta vez no la cogería a pesar de que notaba como resbalaba por su torso, la prefería así, tal y como la vi minutos atrás.

Acariciaba su torso desnudo, mientras mis ojos le decían que la quería, que la quería como mujer; que no podía dejar que eso nunca acabara, la cama quedaba a pocos pasos de nuestro lugar, la iba besando el cuello, para después lamer su lóbulo derecho, mis manos agarraban su cintura, caminamos hasta la cama sin dejar de querernos, ahí estábamos las dos, semi-desnudas en un dormitorio que cambiaba su decoración por momentos, disfrutando segundo a segundo, el cuerpo de la otra.


De repente paré en seco.

--Quizás prefieras vestirte...--

Mis ojos la miraban fijamente, aún llenos de pasión, pero no podía dejarme llevar si ella verdaderamente no lo quería, ante todo tenía que respetarla.

-- ¿Vestirme?

Me puse a reír sin evitarlo. Estaba siendo muy feliz y no iba a dejar que nada me estropeara el momento.

-- No, te voy a llevar a un sitio donde no hace falta la ropa y que nos vamos a poder dedicar a nosotras sin interrupciones.

Sin soltarla me acerqué a la cómoda y tomé la varita. Me Desaparecí, llevándomela.

En la pared, los lunares hicieron una gran cascada y un río de aguas turbulentas, signo de mi último pensamiento antes de irme.